Habitación propia,  Mónica

La máquina del tiempo

El extraño ser se inclinó un poco y giró la manivela hacia la derecha, el grifo aminoró levemente la descarga. Me acerqué un poco a riesgo de ser reprendida. La luz manaba, aunque insuficiente, del fuego de las antorchas colocadas alrededor de la caverna. Aquel artefacto, al centro del recinto, tenía un aspecto opaco, parecía ser hierro, pero al estar aún más cerca se podría decir que era oro, aunque no tengo certeza pues las cosas allí abajo lucían completamente diferentes. Extendí la mano y toqué una esquina del aquel artilugio y lo encontré más cálido de lo que pensé.

El Guardián tenía algunos de los rasgos de los humanos, aparentaba mucha edad, se movía lento, y en ese momento me daba la espalda mientras veía detenidamente los destellos que caían de la máquina.

—¡Deja eso allí! —gritó; asustándome por lo repentino de su voz. Sus palabras sonaban antiguas, como si hubiese hablado hace mucho tiempo atrás, siglos tal vez, pero el sonido llegaba a mí hasta ese momento. —Si quieres ver algo mejor, ven acá.

Me moví lentamente y alzó la mano como llamando mi atención hacia la incesante fuente.

—Acércate —dijo—. Si tienes paciencia y esperas puedes tomar unos cuantos, los de quienes han escogido morir antes y devolver lo que se les tenía asignado, así no dañas a nadie. Tienen un ligero cambio de color, pero son igualmente hermosos. A veces es mucho, a veces es poco… espera… acá están, eso es.

Extendió la mano, llena de arrugas de ambos lados, tomó una parte de aquello que parecía polvo brillante, pero con un poco de atención se podía notar que no lo era, eran figuritas que a esa distancia no lograba descifrar. Después de tomar una muy pequeña porción, el Guardián lo contemplo con dulzura y luego me lo entregó. Sin mediar palabra lo recibí. Resplandecía, cada granito de una manera diferente y en una intensidad única. Lo analicé tratando de encontrar las formas y entonces lo entendí, eran diminutos números.

—¿Para qué son? —pregunté.

—Eso, niña, cada quién lo decide. Lo que tienes allí es el tiempo. Y para ti y tu pueblo se está acabando. La llave se cierra a intervalos cada vez más cortos. El momento en que dejará de fluir se acerca y entonces vendrá algo nuevo, pero solo lo soportarán los que empuñan la valentía y la verdad. Ahora corre y dilo a tu reina.

—Ella… ella ya no está más entre nosotros —dije, con pesar.

—¡Oh!, ya veo… entonces es tu hora de tomar su lugar.

—¿Eh? ¿De qué hablas?

—De los tiempos que han empezado a cambiar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

67 − = 57